
La Tetería de la Calma es lugar adecuado para que surjan conversaciones sobre los temas más variopintos. El ambiente tranquilo condiciona que las conversaciones sean sosegadas, entretenidas unas veces, enriquecedoras otras, compartiendo con los visitantes un hospitalario té al estilo de los Tuareg.
Es el ambiente contrapuesto de esos bares ruidosos por las voces de los camareros y por los gritos de los clientes que pugnan por hacerse oír, o de los bares de copas nocturnas con una música a la última recreada por el DJ de turno, a un volumen que hace casi imposible cualquier conversación por lo que la única comunicación posible es la no verbal.
Conversar, dialogar o discutir con la finalidad de intercambiar ideas u opiniones es un arte. Al defender una opinión en público nos esforzamos en razonarla y en rebatir los argumentos de los demás, lo cual nos ayuda a fortalecer nuestra opinión siendo de gran provecho para nuestro enriquecimiento personal.
El arte de la conversación precisa respetar ciertos cánones como ya ocurrió con el arte clásico. Entre estos cánones podemos destacar los siguientes:
- Saber escuchar es condición necesaria para el dialogo. Escuchar y no interrumpir, permitiendo la participación y alternancia de todos los presentes. No es fácil y requiere buenas dosis de disciplina.
- Hay que respetar a los demás. Tenemos que ser conscientes de que no tenemos toda la razón, de que nos podemos equivocar, de que podemos aprender del otro aunque continuemos con nuestras ideas. Cualquier idea (y la contraria) pueden ser perfectamente defendidas, como nos demuestran a diario los abogados o los políticos.
Aquí es obligado citar a Oscar Wilde (“cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo estar equivocado”) o a un importante empresario americano ("cuando un empleado me da la razón, pienso que uno de los dos sobra en la empresa")
Conversar, dialogar o discutir con la finalidad de intercambiar ideas u opiniones es un arte. Al defender una opinión en público nos esforzamos en razonarla y en rebatir los argumentos de los demás, lo cual nos ayuda a fortalecer nuestra opinión siendo de gran provecho para nuestro enriquecimiento personal.
El arte de la conversación precisa respetar ciertos cánones como ya ocurrió con el arte clásico. Entre estos cánones podemos destacar los siguientes:
- Saber escuchar es condición necesaria para el dialogo. Escuchar y no interrumpir, permitiendo la participación y alternancia de todos los presentes. No es fácil y requiere buenas dosis de disciplina.
- Hay que respetar a los demás. Tenemos que ser conscientes de que no tenemos toda la razón, de que nos podemos equivocar, de que podemos aprender del otro aunque continuemos con nuestras ideas. Cualquier idea (y la contraria) pueden ser perfectamente defendidas, como nos demuestran a diario los abogados o los políticos.
Aquí es obligado citar a Oscar Wilde (“cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo estar equivocado”) o a un importante empresario americano ("cuando un empleado me da la razón, pienso que uno de los dos sobra en la empresa")
- Lamentablemente hay personas que difícilmente se interesan por otra cosa que no sean ellas mismas y no tienen más objetivo al conversar que dar rienda suelta a su discurso sin escuchar al resto, al que interrumpen con impaciencia. Confunden la conversación con un deporte de competición en el que hay que ganar para evitar ser derrotado y si puede ser por goleada, mucho mejor.
- Habría que recordar aquel escrito rebosante de sabiduría llamado Desiderata cuando dice “Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Esquiva a las personas ruidosas y agresivas, pues son un fastidio para el espíritu”
- Claridad y vocabulario adecuado para conseguir que los demás comprendan nuestros comentarios. Utilizar buenas dosis de empatía -ese difícil viaje hacia el otro, como la han definido- para ponernos en su lugar e intentar comprender su postura.
- Claridad y vocabulario adecuado para conseguir que los demás comprendan nuestros comentarios. Utilizar buenas dosis de empatía -ese difícil viaje hacia el otro, como la han definido- para ponernos en su lugar e intentar comprender su postura.
- La forma en que hablamos condiciona totalmente la reacción del que escucha. Los gritos y la agresividad son dos formas poco eficaces de comunicar. Utilizando la forma y el momento adecuados se puede decir casi todo sin ofender. Así, no es lo mismo opinar en TV que en una tertulia entre amigos o no es lo mismo utilizar el humor, como los reporteros de Caiga quien Caiga, para preguntar a un famoso por su estreñimiento que hacerlo en la seriedad de un Telediario.
Evitar los gritos para fortalecer nuestros argumentos. Pretender tener más razón con el único argumento del grito no va a ningún lado y suele obligar a que los demás acaben gritando.
Opinar sin agresividad. El tono agresivo, al igual que los gritos, suscita nueva agresividad defensiva y la conversación inicial puede irse calentando con insultos y descalificaciones que no hacen más que fortalecer las defensas de cada interlocutor para acabar impidiendo el dialogo e incluso enemistando a los en este caso contendientes más que contertulios.
Evitar los gritos para fortalecer nuestros argumentos. Pretender tener más razón con el único argumento del grito no va a ningún lado y suele obligar a que los demás acaben gritando.
Opinar sin agresividad. El tono agresivo, al igual que los gritos, suscita nueva agresividad defensiva y la conversación inicial puede irse calentando con insultos y descalificaciones que no hacen más que fortalecer las defensas de cada interlocutor para acabar impidiendo el dialogo e incluso enemistando a los en este caso contendientes más que contertulios.
Cuando me veo inmerso en una conversación en la que predominan los gritos y la agresividad, mi autodefensa es inhibirme y transformarme en espectador. No me interesa participar.
Cuando se comparte una taza de té, se crea una unión entre el anfitrión y el huésped.