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jueves, 29 de marzo de 2007

El arte de conversar



La Tetería de la Calma es lugar adecuado para que surjan conversaciones sobre los temas más variopintos. El ambiente tranquilo condiciona que las conversaciones sean sosegadas, entretenidas unas veces, enriquecedoras otras, compartiendo con los visitantes un hospitalario té al estilo de los Tuareg.

Es el ambiente contrapuesto de esos bares ruidosos por las voces de los camareros y por los gritos de los clientes que pugnan por hacerse oír, o de los bares de copas nocturnas con una música a la última recreada por el DJ de turno, a un volumen que hace casi imposible cualquier conversación por lo que la única comunicación posible es la no verbal.

Conversar, dialogar o discutir con la finalidad de intercambiar ideas u opiniones es un arte. Al defender una opinión en público nos esforzamos en razonarla y en rebatir los argumentos de los demás, lo cual nos ayuda a fortalecer nuestra opinión siendo de gran provecho para nuestro enriquecimiento personal.

El arte de la conversación precisa respetar ciertos cánones como ya ocurrió con el arte clásico. Entre estos cánones podemos destacar los siguientes:

- Saber escuchar es condición necesaria para el dialogo. Escuchar y no interrumpir, permitiendo la participación y alternancia de todos los presentes. No es fácil y requiere buenas dosis de disciplina.

- Hay que respetar a los demás. Tenemos que ser conscientes de que no tenemos toda la razón, de que nos podemos equivocar, de que podemos aprender del otro aunque continuemos con nuestras ideas. Cualquier idea (y la contraria) pueden ser perfectamente defendidas, como nos demuestran a diario los abogados o los políticos.
Aquí es obligado citar a
Oscar Wilde (“cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo estar equivocado) o a un importante empresario americano ("cuando un empleado me da la razón, pienso que uno de los dos sobra en la empresa")
- Lamentablemente hay personas que difícilmente se interesan por otra cosa que no sean ellas mismas y no tienen más objetivo al conversar que dar rienda suelta a su discurso sin escuchar al resto, al que interrumpen con impaciencia. Confunden la conversación con un deporte de competición en el que hay que ganar para evitar ser derrotado y si puede ser por goleada, mucho mejor.
- Habría que recordar aquel escrito rebosante de sabiduría llamado Desiderata cuando dice Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Esquiva a las personas ruidosas y agresivas, pues son un fastidio para el espíritu

- Claridad y vocabulario adecuado para conseguir que los demás comprendan nuestros comentarios. Utilizar buenas dosis de empatía -ese difícil viaje hacia el otro, como la han definido- para ponernos en su lugar e intentar comprender su postura.
- La forma en que hablamos condiciona totalmente la reacción del que escucha. Los gritos y la agresividad son dos formas poco eficaces de comunicar. Utilizando la forma y el momento adecuados se puede decir casi todo sin ofender. Así, no es lo mismo opinar en TV que en una tertulia entre amigos o no es lo mismo utilizar el humor, como los reporteros de Caiga quien Caiga, para preguntar a un famoso por su estreñimiento que hacerlo en la seriedad de un Telediario.
Evitar los gritos para fortalecer nuestros argumentos. Pretender tener más razón con el único argumento del grito no va a ningún lado y suele obligar a que los demás acaben gritando.
Opinar sin agresividad. El tono agresivo, al igual que los gritos, suscita nueva agresividad defensiva y la conversación inicial puede irse calentando con insultos y descalificaciones que no hacen más que fortalecer las defensas de cada interlocutor para acabar impidiendo el dialogo e incluso enemistando a los en este caso contendientes más que contertulios.

Cuando me veo inmerso en una conversación en la que predominan los gritos y la agresividad, mi autodefensa es inhibirme y transformarme en espectador. No me interesa participar.
Cuando se comparte una taza de té, se crea una unión entre el anfitrión y el huésped.

viernes, 23 de marzo de 2007

El primer té es amargo cómo la vida. El segundo es dulce cómo el amor. El tercero es suave cómo la muerte.


Hoy la Tetería es como un templo dispuesto para ofrecer culto al té. El silencio, la semipenumbra propiciada por las decenas de velas distribuidas por todos los rincones, el penetrante aroma del incienso que quema en la entrada y una suave música árabe me acaricia sin impedir oír el ruido de los chorritos de agua de la fuente del fondo. Aunque hay más personas, apenas percibo sus siluetas.
Me acomodo en el suelo entre los cojines. Estoy impaciente por probar el té pero no hay prisa en servirlo. Los oficiantes lo están preparando lenta y concienzudamente, respetando todos los pasos y tiempos que marca el ritual. La prisa podría ahuyentar la magia. El té debe ser preparado con respeto y recibido con gratitud.
Por fin, una sombra que se desplaza silenciosamente sin apenas pisar el suelo deja una bandeja en mi mesa con un vaso preciosamente decorado de filigranas. Un brazo femenino tatuado que me resulta familiar levanta la tetera y lanza con destreza un chorro desde cierta altura llenando el vaso de espumeante té y desaparece con el mismo sigilo felino como ha llegado. Con excitación mal contenida, cojo el vaso por los extremos para no quemarme y lo acerco a la nariz. La proximidad del té caliente agita mis deseos ávidos de placer. Me dejo embriagar por el aroma de la menta fresca. Es el preludio de la culminación de sabores que me llevará quemándome dolorosamente sorbo a sorbo, al éxtasis tan inevitable como deseado.

El primer té es amargo cómo la vida. Lo bebo con breves sorbos para no quemarme demasiado. Noto como lentamente me penetra muy adentro dejando un camino caliente a su paso. Empiezo a sudar ligeramente a pesar de que la temperatura de la sala es mas bien fresca. Caigo en un estado de placidez. La prisa se ha desvanecido. Los pensamientos fluyen parsimoniosamente durante no sé cuánto tiempo hasta que la misma mano rellena nuevamente mi vaso y desaparece.

El segundo té es dulce cómo el amor. Ahora bebo el té con largos sorbos. Esta vez ya no me quema a su paso. Mi respiración se enlentece, mi corazón se relaja contagiado de la calma del momento, mientras mi mente planea por las alturas con total libertad como Juan Salvador Gaviota.

El tercero y último té es suave cómo la muerte. Esta vez vacío el vaso lentamente, con la oculta intención de que no se acabe nunca. Saboreo el té como la vida: poco a poco, momento a momento, respiración a respiración, deteniendo el tiempo. La música ha cesado dejando todo el protagonismo al agua. Soy consciente de que no habrá un cuarto té. Ningún otro té podría superarlo. La infusión como eficaz droga golpea mi voluntad y mi deseo. Entorno los ojos. Mi mente piensa con gran lucidez y se concentra en detalles que hasta ahora me pasaban desapercibidos. Descubro nuevos colores, sonidos y formas que aparecen en recuerdos de hechos ya lejanos. Soy como un espectador que contempla la vida desde fuera y puede observar sin prisas cada detalle como si pudiera congelar la escena a mi capricho. Las situaciones de todo tipo se suceden a mí alrededor, me implican, me provocan pero no me afectan, inexplicablemente me mantengo inalterable y controlo sin esfuerzo todas mis reacciones. Consigo ser Yo mismo y disfrutar sin trabas. Si deseo reír, río; si deseo llorar, lloro.

En la
Tetería se ha producido algo inexplicable. Poco a poco el tiempo se detiene y parece que estoy en una nueva dimensión, en la que la idea del Tiempo como un devenir lineal e imparable que aprendimos se desvanece, para seguir trayectorias cíclicas en espiral que vienen y van. Los acontecimientos fluyen con una calma que apacigua fácilmente el espíritu diluyendo las preocupaciones entre sorbo y sorbo de té.
Finalmente, después de un rato impreciso, el Tiempo de siempre vuelve a apoderarse de mí y me devuelve paulatinamente a la realidad habitual. Pero ¿Cuál de las dos realidades es real?

miércoles, 21 de marzo de 2007

La Tetería de la Calma


Entra en la Tetería 
 Entra sin prisas 
 Quédate el tiempo que quieras.
.
Podemos charlar  
  No grites 
 Toma una taza de té.
.
Puedes estar en silencio
Puedes soñar
Puedes no hacer nada.
. 
 Si ahora no tienes tiempo, 
 vuelve en otro momento. 
 Siempre está abierta.
.
Vive cada instante sorbo a sorbo.