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martes, 19 de enero de 2010

UN DÍA MARAVILLOSO

Casi todos nuestros días son maravillosos . . . si tenemos claro qué es importante y qué es secundario, y si por otra parte, consideramos las posibilidades de que las cosas hubieran ido significativamente mal.

Te despiertas cuando suena el despertador, o si eres más afortunado, cuando has dormido suficiente.
Te levantas, compruebas que aparte de ese dolorcillo debido a la tendinitis en el hombro, el cuerpo sigue funcionando increíblemente bien, enciendes la luz que ilumina el cuarto de baño, abres el grifo y sale abundante agua caliente para darte una relajante ducha antes de prepararte un rico desayuno que eliges en tu surtida cocina.
Te asomas al balcón antes de salir para trabajar y todo parece funcionar como siempre. En la empresa bromeas con los compañeros y aunque tienes una jornada bastante dura, por la tarde irás al gimnasio para mantener la agilidad y el peso. Por la noche después de cenar en familia, caes en la cama y duermes casi al instante.

Pero podría no haber sido así
Podría haberte despertado a media noche un fuerte dolor en el estomago, el teléfono con una tragedia familiar o una explosión de gas que hubiera medio derruido el edificio. Podrías carecer de luz o de agua. Podías encontrarte la calle inundada o un frío o calor insufribles. Podrías llegar al trabajo y encontrar la empresa cerrada. Podrías desayunar con la noticia de que la Banca ha quebrado, podrías . . .

Casi siempre nos quejamos o nos enfadamos sin causa suficiente. La realidad es que si pensamos con suficiente altura de miras, tenemos muchos motivos para estar contentos la mayoría de los días y para no ir por la vida con la escopeta cargada, a la espera del mínimo incidente que desencadene nuestra cólera con nosotros mismos o con los demás. Los que han estado a las puertas de la muerte debido a una enfermedad o accidente graves, reconocen que contemplan la vida de otra manera. ¿Hemos de esperar a pasar por esa situación para valorar lo que tenemos?

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