Buscar en este blog

sábado, 9 de junio de 2007

Mujer de agua y luna (I)



Hoy es un día muy especial en la Tetería de la Calma. Nos visita Claudia.
La existencia de la Tetería se debe a ella que me introdujo en el mundo del té, enseñándome a prepararlo, a conocerlo, a valorarlo, a disfrutarlo . . .

Después de un largo e intenso abrazo con aroma de jazmín, nos quedamos un rato mirándonos cara a cara, disfrutando en silencio de nuestras miradas que expresan tantas cosas. Ya hablaremos, en la Tetería nunca hay prisa.
Pasados unos minutos, Claudia pone sobre la mesa su eterna mochila, verdadera caja de sorpresas, rebusca en su interior y me entrega un frasco de deliciosa mermelada que hace con frutos del bosque. No se olvida de recordarme que le devuelva el frasco en un próximo encuentro. Lo volverá a utilizar para nueva mermelada. Yo, correspondo con una bolsita de Elixir de Alláh (té moruno)

Como ya casi estamos en pleno verano, lleva sombrero de paja, camisa de manga larga, arremangada hasta los codos, de algodón color crudo y amplio pantalón del mismo tejido que no consigue disimular las caderas y el trasero respingón. Va descalza, ya que así cree conectar mejor con la madre Tierra.
Su sensualidad en la corta distancia se hace evidente. La camisa medio desabrochada confirma la ausencia de sujetador y permite la contemplación ocasional de sus pequeños pero arrogantes pechos, cuando de forma descuidada se inclina hacia tí. No lo hace por exhibicionismo ni para provocar, lo suyo es un canto a la libertad del cuerpo.
Cuando conoces a Claudia se produce un fenómeno similar al que te ocurre cuando oyes por primera vez una de esas canciones que de forma inexplicable te impactan de tal manera que acabarán formando parte de tu vida, produciéndote fuertes vibraciones internas cada vez que las escuches.

Han pasado ya varios meses desde nuestro último encuentro y son muchas las cosas por contar. La charla comienza a borbotones para ir calmándose poco a poco, té tras té, haciéndose más profunda, más sutil, salpicada de silencios cada vez más largos. El tiempo parece detenerse.

Claudia es conversadora nata y aunque desconoce casi todo de la actualidad mundana, siempre tiene noticias y reflexiones interesantes sobre la condición humana o sobre la Naturaleza, tan maltrecha por la explotación a la que la sometemos. No es pedante y reflexiona con la mayor naturalidad acerca de lo paradójico que resulta que el enorme crecimiento económico que nos ha trasformado en habitantes de uno de los países más ricos, no se acompañe del necesario enriquecimiento personal. Evidentemente se refiere a otro tipo de riqueza.
Conoce perfectamente mis dudas, inseguridades y contradicciones. No pretende convencerme de nada.
Evita las conversaciones banales. El silencio es más importante.
Finalmente saca la pequeña flauta, que siempre lleva consigo y hace brotar una melodía que pone en silencio a toda la Tetería.
Yo me relamo pensando que probablemente esta noche la pasaremos juntos y no puedo dejar de recordar sus habilidades Tántricas.

La conocí hace varios años y enseguida se estableció muy buena química entre nosotros. Era como si nos conociéramos de toda la vida y tras largo tiempo, por algún casual, volviéramos a encontrarnos.
Yo solía buscar en medio del ruido de la gran ciudad, la calma del claustro de un monasterio. Me sentaba, oía el rumor del agua, el canto de algún pájaro, leía, escribía, reflexionaba. La soledad era casi absoluta aparte de alguna beata que entraba a la sacristía. Era un lugar con buenas vibraciones.
Aquel día encontré mi banco ocupado por una mujer joven que parecía dormitar sentada con las piernas cruzadas encima del banco. Tenía un libro y un viejo morral a su lado.
Con un gesto de fastidio me senté en el banco más lejano intentando mantener la soledad de siempre, y me dispuse a tomar notas de El Quijote, como llevaba haciendo los últimos días. Me había propuesto recopilar, por mero capricho, la enorme riqueza de nombres utilizada por Don Miguel. Pero enseguida descubrí que no tenía papel. Y por mucho que rebusqué en los bolsillos, nada, ni un trocito. No tenía más solución que pedirle papel a aquella joven . . . cuando saliera de su letargo.

Tuve que esperar casi 15 minutos hasta que pareció volver a la realidad poniéndose a leer el libro. En todo este tiempo me estuve fijando en ella. Tenía aspecto de hippy aunque no debía haber cumplido los 40 por lo que no podía haber vivido aquellos años 60 en que se formó el movimiento hippy.

Me incomodaba dirigirme a una chica con una petición tan tonta. Como inicio de un ligue, era penoso. Pero ella, sin decir nada, empezó a rebuscar en su morral y no paró hasta sacar varias hojas algo arrugadas. Me las tendió con una sonrisa maravillosa, informándome de que solo podría escribir por una cara ya que ella siempre reutilizaba el papel. Con la mayor naturalidad me preguntó, para mi sorpresa, sobre mi escritura y cuando se lo medioexpliqué, ya que no me veía capaz de entrar a fondo en mis intimidades con una desconocida, le pareció muy interesante y me hizo un ademán para que me sentara a su lado.

No me atreví a confesarla que llevaba rato observándola a la espera de tener ocasión de pedirle el papel y que ya la había catalogado de neohippy. Tenemos el vicio te etiquetar a la gente apenas la conocemos pero como posteriormente descubriría, ella era inclasificable.

Con torpeza y por no saber qué decir, le pregunté si había estado durmiendo o rezando. Ella, con una sonrisa aun más maravillosa, me indicó que estaba en un error y me explicó con voz ronca, que había realizado su rato de Meditación. Ante mi gesto de asombro, me dijo que desde que estuvo en India y Tibet se había acostumbrado a la meditación budista y la practicaba cada día.

Así, con la familiaridad de dos personas que se conocen hace tiempo, iniciamos una animada conversación con la excusa de El Quijote. Yo le comenté que habría que inventar otro bálsamo de Fierabrás para curar las heridas del alma, a lo que me contestó que ya existía desde hace miles de años. Ante mi expresión de incredulidad, me informó muy sucintamente de los beneficios de la Meditación para calmar la mente y alcanzar el autoconocimiento.

Le pedí que me lo explicara con todo detalle y mientras ella lo hacía, yo la interrumpía continuamente con preguntas y comentarios. Inconscientemente mi objetivo era rebatir aquellas pamplinas místicas que realizaban los orientales y que para nosotros eran absurdas. Ella no se enfadaba por mi ignorancia y sin perder la sonrisa, continuaba su explicación.
Mientras la escuchaba, yo no podía dejar de mirar con deleite la preciosa expresión de su cara, la intensidad de su mirada, la sonrisa franca. Trasmitía calma. Empezaba a encontrarla muy atractiva. Estaba hipnotizado por momentos y tenía que desviar la mirada lejos de su cara de tanto en tanto. Me sentía como hechizado por aquella joven misteriosa.

Solo cuando nos avisaron que cerraban la Iglesia fui consciente de que llevábamos más de dos horas hablando. El tiempo había volado. Ella rápidamente se despidió hasta otro día, dándome, para mi sorpresa, un estrecho y prolongado abrazo, que me permitió notar sus duros pechos contra mí. Fue como si recibiera una descarga eléctrica que hizo vibrar hasta la última molécula de mí ser. Nunca olvidaré aquel primer abrazo que pareció unir algo más que nuestros cuerpos. Quedé pasmado contemplando cómo se alejaba con paso rápido. Cuando reaccioné ya había desaparecido y por primera vez, fui consciente de mi torpeza, ya que no sabía ni su nombre ni tenía un teléfono para intentar volver a verla.

Me entró un ataque de pánico solo de pensar que quizás jamás la volvería a ver. Regresé a casa caminando lentamente, pensando en aquel encuentro y maldiciéndome por no haberle pedido el teléfono.
Estaba claro que la vida es resultado de una casual combinación de encuentros inesperados junto con nuestras propias decisiones. Gracias a que ella estaba en el claustro y a que decidí pedirle papel, la había conocido.

Recuerdo que me explicó que el Agua es el elemento que define la Vida en la Tierra. También que es un elemento purificador, sanador, relajante para la mente y para el cuerpo. Que es el elemento más sensible a las influencias externas como había demostrado un investigador japonés fotografiando cristales de agua, y que como los humanos estamos constituidos fundamentalmente por agua, probablemente eso explique las influencias externas que recibimos. Puse cara amable y asentí sin ninguna convicción, pensando para mis adentros que la simple agua no daba para tanto.
Salí de mi error cuando pasé mi primera temporada en su cabaña.

Pero vayamos por partes y no mezclemos acontecimientos. Desde aquel primer encuentro no me la podía quitar de la cabeza, por mucho que lo intentaba.
Como no tenía otro camino para intentar un reencuentro, empecé a frecuentar casi a diario el claustro, con la intención de volver a encontrar a mi chica misteriosa. Pero pasaban los días y no aparecía. Mi excitación, lejos de desaparecer, iba en aumento. ¿Me estaría enamorando como un jovencito de 15 años? A mi edad no podía ser.

Por fin, sucedió aquello tan esperado. Una tarde, mientras paseaba por el claustro, ya no era capaz de permanecer sentado en mi banco, intentando leer La Conjura de los Necios, digo intentando ya que me distraía con frecuencia mirando ineludiblemente hacia la entrada. Unos brazos me rodearon por detrás y con las manos me taparon los ojos. Estuve a punto de dar un brinco cuando oí de nuevo aquella voz ronca que preguntaba con alegría infantil ¿adivina quién soy?

Se había acercado con sigilo felino y a punto estuvo de provocarme un paro cardiaco. No supe que contestar y lo primero que hice cuando nos miramos frente a frente fue preguntarle su nombre. Dijo que tenía muchas ganas de volver a verme . . . y eso me sonó a música celestial. También me dijo que no usaba móvil.

Fue el comienzo de algo más que una gran amistad.

No hay comentarios: