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sábado, 20 de septiembre de 2008

La India


No parecía una india común. Al joven escribano le sobrecogió la orfandad que vio en ella. Unos ojos en sombra viva, ocultos tras el largo cabello negro, dejando entrever el rostro más hermoso que nunca se le había concedido.
Le sacudió de pies a cabeza una honda sensación de desamparo, esa devastadora fragilidad emanada de la belleza o de la magia que puede desvanecerse en cualquier momento.
Bastaba verla para entender que estaba ante una persona de calidad.


Irguió la cabeza, asentando en el aire sus rotundos rasgos, el inconfundible perfil de acusadas facciones, impetuoso el mentón, los pómulos prominentes, la piel atezada, el pelo muy negro, la nariz bien armada y abierta de faldones. Acechando entre displicente y desafiante, resultaba inconfundible.



(Agustín Sánchez Vidal, Nudo de sangre)

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