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martes, 25 de agosto de 2009

APRENDIENDO A MORIR

El título de este comentario puede parecer truculento si no se explica. Y si tienes un poco de paciencia, eso es lo que voy a hacer.

Desde que nacemos es obvio que vamos a morir. La vida es inseparable de la muerte o ¿acaso nos gustaría disfrutar de una vida eterna? Si reflexionamos un poco la vida eterna tiene muchos inconvenientes.
Aunque nuestra muerte es una obviedad, preferimos considerarnos casi inmortales. No nos acabamos de creer que vayamos a morir. Si nos lo creyéramos, haríamos las cosas de otra manera.
En mayor o menor grado todas las religiones proponen que la verdadera vida está después de la muerte. La tragedia del ser humano es el temor a la muerte que le ha convertido en esclavo de sufrimientos, que racionalmente no tienen sentido alguno, con tal de que alguien le prometa la inmortalidad.
El miedo máximo es el miedo a la muerte del ser amado y a la propia muerte. Este te limita, te encoge. Y así no es posible ser libre ni generoso. El temor al sufrimiento y a la muerte son las armas de los tiranos.

Deberíamos estar siempre preparados para la muerte. Prepararte a morir es enfrentarte a la muerte. Mirarla cara acara, sin temor, sin desafío, con respeto. Entonces, tu vida cambia radicalmente. Tu calma aumenta hasta grados insospechados. Para que lo entendamos mejor, podemos ponernos en la piel de ese enfermo al que le aseguran únicamente unos meses de vida y desde ese momento su percepción del mundo cambia radicalmente viviendo una vida más plena que nunca. Es como si pasara de ver una película en blanco y negro a verla en un cine IMAX. Cualquier detalle que antes pasaba desapercibido aparece ahora con todo su esplendor: un paseo por las calles de la ciudad, un encuentro con un vecino, etc. Nuestra escala de valores se trastoca y cosas que antes nos parecían muy importantes pasan a ser secundarias y al revés. Te centras en lo realmente importante y aparcas lo banal. Lo espiritual ensombrece pronto a lo material, la naturaleza aparece imponente en su inmensidad y en sus más mínimos detalles. El geranio que malvive olvidado en la ventana captará muchos de nuestros momentos.
Nuestras posesiones materiales se difuminan ante el amor por regalar a los demás. Conseguimos fácilmente el desapego que predican los budistas.
En estas condiciones ¿Como puedes odiar o ser agresivo? Por el contrario, tu predisposición a dar amor se apodera de tus días.
De esta forma podemos aprender a morir para aprender a vivir, pero no la vida en blanco y negro anterior sino la vida a todo color.
Si nos empeñamos en vivir de espaldas a la muerte, difícilmente podremos escapar de las inevitables enfermedades y muertes de nuestros seres queridos o de nosotros mismos, con todas las consecuencias y condicionantes para nuestra vida.
Esta idea central la he aprendido del muy recomendable libro Martes con mi viejo profesor de Mitch Albom (Maeva Ediciones) que nos narra con gran cariño el caso real de las conversaciones entre el autor y su antiguo profesor cuya muerte se avecina.

Cuando somos capaces de mirar a la muerte cara a cara, nos invade una intensa paz.

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